Martes de Carnaval

Publicado el 02/03/2022 

Cuánto echo de menos a mi abuela Nieves en el martes de carnaval.

A mi abuela, como a muchas mujeres de su época, le costaba expresar el gozo, o el orgullo. Sin embargo yo lo veía en su rostro a menudo, cuando mostraba sus labores a sus vecinas, a sus nueras, o a nosotras, sus nietas. Pero el día que más le escuchaba sentir su gozo, o su orgullo, era el martes de carnaval.

Las semanas previas al carnaval, iba sacando poco a poco todas las ropas de traje regional que guardaba en los baúles. Las iba poniendo con cuidado sobre las camas o butacas de la habitación de invitados. Las sacaba para que fueran “aireándose”, o para reparar o planchar aquellas que lo precisaran. Recuerdo cómo mis primas y yo entrábamos en aquella habitación como quien entra a un lugar sagrado, a ver aquellos guardapieses, pañuelos, manilas, enaguas, jubones, siripollos, medias, faldiqueras, rosicleres, horquillas… sin atrevernos a elegir, a pedir, a decir. Sabíamos que eso era algo que “nos asignarían” ese día, según nuestra edad, nuestro tamaño… o nuestro deseo en algunos casos.

En el ritual de vestido estábamos mis primas, mi hermano, mi madre, mi tía y mi abuela. Mi padre, mi tío y mi abuelo a veces andaban por allí, pero tengo pocos recuerdos de cuando ellos se vestían. De los más pequeños, mi hermano lo tenía más fácil porque el traje de los hombres era más sencillo, Acababa antes y siempre estaba guapo. Sin embargo, nosotras empleábamos un largo tiempo, que se nos solía hacer corto; recuerdo escuchar cada año que si hubiéramos empezado antes, iríamos con “menos aginos.  A veces pedíamos ayuda a alguna vecina para que nos ayudase a colocar la manila, o a hacer un moño.

Cada prenda de ropa que iban sacando traía una historia. Cuántas veces las repitieron y qué pena más grande siento de acordarme de tan pocas de ellas… supongo que en aquellos años no escuchaba tanto lo que contaban sino lo que nos contábamos por lo bajo las primas, o lo que me costaba respirar cuando me apretaban el guardapiés, o lo que me tiraba el peine, o lo que se me clavaban las horquillas… Me encantaría poder volver a escuchar esas historias: quien compró aquel paño para el guardapiés, qué bisabuelo regaló aquel rosicler, cuándo tejió mi abuela aquellas medias, de dónde sacó el modelo para bordar aquel pañuelo, qué vecina tenía un siripollo como ese, qué buen pelo tenía mi prima Patricia para que le saliera un buen moño…ojalá en uno de mis sueños me reencuentre con esas historias y las vuelva a escuchar. Prometo estar mucho más atenta para que no se me olviden nunca más.

Cuando terminábamos de vestirnos nos hacíamos una foto en la puerta antes de irnos a la plaza. Al principio mi abuela nos acompañaba, orgullosa de que luciésemos con ella por todo el pueblo las ropas que con tanto cariño, tanto cuidado y tanto orgullo atesoraba.

Cuando era más mayor se quedaba en la puerta despidiéndonos, y no sé si es mi imaginación, mi deseo, o un recuerdo real, pero guardo la imagen de volver la cabeza para decir adiós de nuevo con la mano a mi abuela, mientras subíamos camino a la plaza, y verla mirarnos desde su puerta con una cara resplandeciente de alegría, orgullo y gozo.

 

1 de marzo del 2022. Día del Ángel y martes de carnaval.

 

Escrito por Elvira Martín Martín

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